Esta historia no fue contada por un cineasta que hubiera conocido de oídas lo ocurrido en la Medellín asesina y sicaria de Pablo Escobar. Mejía, nacido en esa ciudad hace 37 años, vio en su adolescencia cómo amigos y conocidos fueron víctimas del secuestro, del exterminio ocasionado por las bombas y de una persecución que en ciertos casos los llevó al exilio.
La trama
Sumergidos en un ambiente oscuro y frenético, plagado de drogas y rock pesado, cuatro jóvenes unidos por una profunda amistad emprenden un viaje, en camioneta, para recibir en el aeropuerto a 'El Flaco', su entrañable 'amigo', que había dejado el país por amenazas contra su madre.
Durante el recorrido, el carácter, los miedos y la historia de los 'pelaos' son revelados, así como los recuerdos más duros y los más felices al lado del amigo ausente (también son pronunciados los comentarios más ramplones).
Mejía quería jugar al falso documental dejando fluir conversaciones que en apariencia eran improvisadas, trabajando con actores no profesionales y soltando, poco a poco, pequeños detalles sobre "cosas ocurridas en la ciudad", como él dice. Ese juego confundió al mismo Víctor Gaviria (La vendedora de rosas, Sumas y restas), que pensó que los diálogos eran espontáneos.
"La estética de la película -dice el crítico Augusto Bernal- juega a lo marginal logrando incorporar algo de documental y de estilo televisivo a una historia que se debate entre lo jovial y lo evidente".
El mal momento que vivió Medellín a finales de los ochenta y principios de los 90 también está latente. Después de cruzarse con un grupo de policías motorizados, los cuatro viajeros debaten si matarían o no a los uniformados por los 2 millones de pesos que se ofrecen por cabeza.
La camioneta Volkswagen morada con crema en la que viajan se convierte en un escenario donde se critica al país y en el que, por ejemplo, uno de los muchachos, cuyo padre es un narcotraficante, se declara inocente de las acciones ilícitas de su padre.
Esa conversación luce, por momentos, discursiva, a lo que Mejía responde: "Había que plantear una posición. En Colombia nadie quiere saber qué piensan los jóvenes que, como todos, tienen una gran dificultad de entender a este país tan loco".